lunes, 20 de enero de 2020
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Una vez que que se cree en la existencia de un ente o numen disociado que habita dentro del cuerpo humano, es fácil concebir su existencia separada y autónoma fuera de él como genio o espíritu.
Para los pueblos primitivos los fantasmas tenían una vida infinitesimal y miserable, insuficiente para animar y mover un cuerpo, hacer latir su corazón y darle aliento o respiración, pero vida al fin y al cabo, ya que tenían bastante o la suficiente fuerza para manifestarse en los sueños para atormentar o avisar a los vivos o como sombras y apenas necesitaban alimento (en las culturas antiguas con culto a los manes y antepasados había un día anual designado para alimentarlos con ofrendas de alimentos o sacrificios, que los cristianos han sustituido por flores en el Día de difuntos o de Todos los Santos). Así se calmaba a los antepasados y se aseguraba su benéfica influencia. La creencia en fantasmas se testimonia desde los primeros textos escritos sumerios y egipcios: el fantasma de Enkidú se apareció a Gilgamesh en la llamada Epopeya de Gilgamesh. También se encuentra extendida en las epopeyas de otras civilizaciones de muy distinto desarrollo cultural. La Odisea del griego Homero y la Eneida del latino Virgilio acogen viajes de ultratumba, las llamadas nekyias. Los romanos ponían un puñado de tierra sobre el cadáver porque si no el alma erraría por toda la eternidad en la ribera de la Estigia, y era preciso poner una moneda en la boca para pagar al barquero o el alma no tendría descanso. Por eso aterraba a los romanos navegar por el mar, ya que los náufragos no recibirían honras funerarias, y los marineros solían tener un pendiente de oro para pagar su funeral en caso de que su cuerpo ahogado arribara a la playa. A los suicidas romanos se los enterraba con la mano cortada y separada del cuerpo, con el fin de desarmar a su espíritu, que hipotéticamente atormentaría a los vivos. Los fantasmas buenos para los romanos eran los manes o espíritus de los antepasados; los malvados eran las larvae, almas de hombres malvados que vagan errantes por las noche y atormentan a los vivos. Plutarco, en el siglo I, describe unos baños encantados en su Queronea natal donde aparecía el fantasma de un hombre asesinado. Otro celebrado fantasma fue descrito en una de las epístolas del historiador romano Plinio el Joven (VII, 27, 5-11), quien describe una casa encantada en Atenas donde aparecía un espectro que arrastraba cadenas; los sucesos cesaron cuando el filósofo Atenodoro alquiló la casa y fue guiado por el fantasma hasta un esqueleto enterrado y fue vuelto a sepultar con las debidas ceremonias. El texto está dirigido a un tal Licinio Sura:
- La falta de ocupaciones a mí me brinda la oportunidad de aprender y a ti la de enseñarme. De esta forma, me gustaría muchísimo saber si crees que los fantasmas existen y tienen forma propia, así como algún tipo de voluntad, o, al contrario, son sombras vacías e irreales que toman imagen por efecto de nuestro propio miedo...1
Otros escritores, como el romano Plauto (en su comedia Mostellaria) o el sirio Luciano de Samosata (en su relato Cuentistas o El descreído) también escribieron sobre fantasmas, aunque el precedente que más cabe citar es la compilación Sobre los hechos maravillosos de Flegón, liberto del emperador Adriano, origen de la leyenda de la esposa cadáver que reaparece en Proclo y sirvió de inspiración a Goethe para su Novia de Corinto y a Washington Irving para El estudiante alemán. En el siglo XVI, el tratado más influyente y difundido sobre los fantasmas fue el racionalista del protestante Ludwig Lavater De spectris, lemuribus et magnis atque insolitis fragoribus (Leiden, 1569) en tres libros, que se sumó a la lucha de Jean Wier contra la creencia en brujas, encantamientos y otras supersticiones. El exegeta benedictino Dom Calmet reseñó en el siglo XVIII en su Traité sur les apparitions (1746) la lista de narraciones de casas encantadas desde la antigüedad grecolatina a su época.
Una de las teorías que intentan explicar la religión los derivaría de la tendencia del pensamiento primitivo y prelógico a considerar que el mundo de los sueños forma también parte del real; por tanto, ver en sueños a personas fallecidas indica que no han muerto y que pueden interferir en la vida real. El origen de los fantasmas, pues, no sería distinto al de la religión en general.
En las civilizaciones orientales (como la china e india), muchos creen en la reencarnación o transmigración de las almas. Agregada a esta visión y dentro del Budismo, los fantasmas son almas que rehúsan ser recicladas en el curso del Samsara (ciclo de la reencarnación), porque han dejado alguna tarea por terminar. Los metafísicos y exorcistas de diversas religiones pueden ayudar al fantasma a reencarnarse o hacerlo desaparecer orientándolos o mandándolos a otra dimensión de existencia. En la creencia china e india, además de reencarnar, un fantasma puede también optar a la inmortalidad transformándose en semidiós y puede a través de su elevación espiritual trascender diversos planos o servir a los seres humanos, o bien puede bajar al infierno y sufrir ciclos karmáticos. En Japón, la religión shintoísta reconoce la existencia de espíritus de todo tipo y acepta la creencia en fantasmas como parte de la vida cotidiana. En la cultura malaya son prácticamente innumerables las leyendas y clases de fantasmas.
En Occidente la creencia en fantasmas se fue difuminando desde la creencia irracional en ellos de la Edad Media al escepticismo de la Ilustración en el siglo XVIII, cuando el padre Feijoo, embutido en una lucha sin cuartel contra las supersticiones, llegó a decir que "no hay fantasma ni espectro que no desaparezca al conjuro de una buena tranca". En ese mismo siglo, el doctor Samuel Johnson llegó a la conclusión de que el fantasma de Cock Lane en Londres era una filfa.
En el siglo XIX la creencia en fantasmas resurgió poderosamente merced a la tendencia irracionalista del Romanticismo y el desarrollo del Espiritismo, la Teosofía y pseudociencias como la Parapsicología.
El filósofo Arthur Schopenhauer consideró teorías como la de Dietrich Georg Kieser,2 quien explicaba a los fantasmas en 1822 como formas de un magnetismo terrestre que Schopenhauer identificaba con la voluntad de la Naturaleza. Sin embargo se inclina por creerlos algo enteramente subjetivo, intermedio entre el sueño y la vigilia: "La aparición de un fantasma no es más que una visión en el cerebro del visionario". Pero para probar su causa interior da por hecho que es un resultado del sueño, una capacidad que se debe a una forma de intuición de lo que denomina "órgano de los sueños" que "puede abrirse en la vigilia":
- La visión alcanza el grado más elevado de verdad objetiva y real, revelando así una forma de nuestra relación con el mundo exterior totalmente diferente de la manera física ordinaria. Es realmente un perfecto sueño en la vigilia (A. Shopenhauer, Ensayo sobre las visiones de fantasmas, Madrid: Valdemar, 1998)
Todavía en el siglo XX y XXI se sigue considerando a los fantasmas como almas en pena que no pueden encontrar descanso tras su muerte y quedan atrapados entre este mundo y el otro, a pesar del desarrollo de una corriente positivista, escéptica y científica, que intenta desacreditar esta superstición y cuyos representantes más conocidos son ilusionistas como Harry Houdini o James Randi. La creencia general común supone que el alma de un fallecido no encuentra descanso por una tarea que el difunto ha dejado pendiente o inconclusa ("promesa"): así, puede tratarse de una víctima que reclama venganza o un criminal que, por alguna causa, (haber sido enterrado con símbolos sagrados, por ejemplo) ve diferido su ingreso en el purgatorio o infierno. En la mayoría de las culturas contemporáneas, las apariciones de fantasmas están asociadas a una sensación de miedo y son fuente importante de estudio de recién nacidas pseudociencias, como la parapsicología. Aún es también importante dentro del estudio de ciertas religiones, como el Islam, el Budismo, Jainismo, Hinduismo, Shintoismo, Espiritualismo y Cristianismo, aunque cada una lo estudia de modo diferente. En las creencias de la Nueva Era, se intenta racionalizar la creencia tradicional afirmando que los fantasmas son cúmulos de energía negativa o que se trata de imágenes holográficas de personas que han dejado impregnado el ambiente con su imagen y sus actividades.
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Vlad III, más conocido como Vlad Tepes (Vlad el Empalador) o Vlad Drácula (en rumano: Vlad Drăculea; Sighișoara, Transilvania; 1428/1431-1476/1477) fue príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462. A menudo se lo considera uno de los gobernantes más importantes de la historia de Valaquia y un héroe nacional de Rumanía.
Fue el segundo hijo de Vlad Dracul, quien se convirtió en príncipe de Valaquia en 1436. Vlad y su hermano menor, Radu, fueron mantenidos como rehenes en el Imperio otomano en 1442 para asegurar la lealtad de su padre. Vlad Dracul y su hijo mayor, Mircea, fueron asesinados después de que Juan Hunyadi, gobernador regente de Hungría, invadiera Valaquia en 1447. Hunyadi colocó en el trono a Vladislao II, primo segundo de Vlad. Hunyadi lanzó una campaña militar contra los otomanos en el otoño de 1448, y Vladislao lo acompañó. Vlad irrumpió en Valaquia con el apoyo de los otomanos en octubre, pero Vladislao regresó y Vlad buscó refugio en la corte otomana antes del fin de ese año. Vlad fue a Moldavia en 1449 o 1450, y luego a Hungría.
Las relaciones entre Hungría y Vladislao se deteriorarían luego, y en 1456 Vlad invadió Valaquia con el apoyo húngaro. Vladislav murió luchando contra él. Vlad comenzó una purga entre los boyardos valacos para fortalecer su posición. Entró en conflicto con los sajones de Transilvania, que apoyaron a sus oponentes, Dan y Basarab Laiotă (que eran los hermanos de Vladislao), y el medio hermano ilegítimo de Vlad, Vlad el Monje. Vlad saqueó las aldeas sajonas, llevando a los capturados a Valaquia, donde mando a empalarlos (lo que inspiró su cognomen). La paz fue restablecida en 1460.
El sultán otomano, Mehmed II, ordenó a Vlad rendirle homenaje personalmente, pero este hizo capturar y empalar a los dos emisarios del sultán. En febrero de 1462, atacó el territorio otomano y masacró a decenas de miles de turcos y búlgaros. Mehmed lanzó una campaña contra Valaquia para reemplazar a Vlad con su hermano Radu. Vlad intentó capturar al sultán en Târgoviște durante la noche del 16 al 17 de junio de 1462. El sultán y el principal ejército otomano abandonaron Valaquia, pero cada vez más valacos abandonaban a Radu. Vlad fue a Transilvania a buscar la ayuda de Matías Corvino, rey de Hungría, a fines de 1462, pero el rey ordenó apresarlo.
Vlad estuvo cautivo en Visegrád desde 1463 hasta 1475. Durante este período, las anécdotas sobre su crueldad comenzaron a extenderse en Alemania e Italia. Fue liberado a petición de Esteban III de Moldavia en el verano de 1475. Luchó en el ejército de Corvino contra los otomanos en Bosnia a principios de 1476. Las tropas húngaras y moldavas lo ayudaron a que Basarab Laiotă (que había destronado a Radu) abandonara Valaquia en noviembre 1476. Basarab regresó con el apoyo otomano antes de fin de año. Vlad fue asesinado en la batalla antes del 10 de enero de 1477. Los libros que describen los actos crueles de Vlad se encuentran entre las primeras superventas en los territorios de habla alemana. En Rusia, las historias populares sugirieron que Vlad pudo fortalecer el gobierno central solo mediante la aplicación de castigos brutales, y la mayoría de los historiadores rumanos adoptaron una opinión similar en el siglo XIX. El escritor irlandés Bram Stoker se inspiró en él para crear su personaje del vampiro Conde Drácula, que daría origen a gran cantidad de películas.
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276 Bioscakutha y su compañero Larak
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